domingo, 23 de abril de 2017

La verdadera historia del Hombre de la bolsa


Esta leyenda fue utilizada en muchos países del mundo para asustar a los niños que no querían dormir, o comer. La leyenda del hombre de la bolsa y la del Coco están estrechamente ligadas y su origen es incierto, debido a que hay versiones en todos los países de América y en algunos europeos.
A lo largo de la historia, los mitos y leyendas populares han trascendido y sobrevivido al paso del tiempo, a veces para explicar ritos, apariciones, otras para contar  hechos históricos y traerlos al presente en forma de héroes o personajes macabros, oscuros, muertos, que mantienen viva la leyenda apareciéndose para vengar a hombres infieles, comerse la cosecha o simplemente aparecer para asustar y causar pavor.
Esta leyenda no tiene un hecho histórico particular que le de origen, ni ninguna festividad que la justifique. Sin embargo, es un mito de gran utilidad comprobada desde Alaska hasta Tierra de Fuego.
“El Hombre de la Bolsa”, es llamado así en Argentina y Uruguay. En España y México se lo conoce como Hombre del Saco o Viejo del Costal, y Sacoman en spanglish, en la zona fronteriza entre México y EEUU.

Se trata de un personaje desagradable, desprolijo, sucio y encorvado. Usa ropas gastadas y lleva en su espalda siempre una bolsa de arpillera.

Para explicar su origen hay que centrar la atención en los mendigos, pordioseros o vagabundos, llevan en una bolsa todas sus pertenencias, personas que siempre fueron discriminadas y excluidas de la sociedad, era más censillo culparlos.

Por lo general lo describen como un hombre de unos 50 años, de estatura normal y con ropas gastadas de color oscuro, encorvado y con una bolsa de arpillera a la espalda. Se lo utiliza para infundir miedo en los niños (con los mismos fines que el cuco). Su origen se fundamentaba en la mala traza de algunos mendigos, pordioseros. En Estados Unidos a este mito se le superpone otro que dice que el Rey de Los Vagabundos tiene el trono en el Polo Norte (cosa bastante incómoda para la mente infantil, porque debe estar arriba de la casa de Papa Noel salvo que uno ocupe el polo geográfico y el otro el polo magnético)

La bolsa, el aspecto horrible y aterrador es una herramienta efectiva a la hora de asustar a un niño, mito que muchas madres utilizan, es un  personaje popular y creíble para los niños,  y creo que todos hemos sido amenazados con él, si no queríamos dormir o comer.
Este anti-héroe de la sociedad moderna está estrechamente ligado a otro, el Cuco o Coco, que tiene como función asustar a chicos por una conducta determinada. Si bien la consigna es la misma que el vagabundo, el Cuco es un ser oculto cuya imagen es imperceptible, dado que trabaja en la más espesa oscuridad de la noche. Sus víctimas predilectas son los niños y las mujeres, a quienes agarra con fuerza de la ropa.
Las acciones para motivar el castigo del hombre de la bolsa o del Coco son las mismas, desobedecer en todo. Los chicos deben tener en cuenta que ya sea uno u otro, cualquiera de los dos tiene las facultades de devorar niños y llevarlos a un lugar muy lejano donde sufrirán torturas hasta la muerte y nunca más volverán a ver a sus padres.


Moldeado a las costumbres y a la sociedad del Norte argentino, la figura del hombre de la bolsa se traduce en Miquilo, un pequeño duende que aparece a la hora de la siesta si el niño se resiste a dormir y que persigue a los chicos que andan por el campo.
A Miquilo se lo describe con un poncho y un gran sombrero negro, llevando siempre una mano de fierro y otra de lana. En La Rioja cuentan que el duende se le aparece a los hombres del pueblo y les pregunta con cual mano quieren que les pegue. Si se elige la de lana, que es la opción más común, se siente un golpe fuerte y suave si se elige la de hierro.

Es utilizado por las madres como amenaza si no se duermen, se niegan a comer, desobedecen las órdenes de los mayores, exploran lugares marcados como prohibidos, se entregan a vicios solitarios o andan fuera de casa a deshora (especialmente después de medianoche). Las acciones más temidas por parte del Cuco son dos: devorar al niño travieso (te comerá...) o llevárselo a un lugar muy lejano, del que no se da retorno (te llevará).


Tiene un papel muy importante en las canciones de cuna (nanas). La más antigua que se conozca se remonta al siglo XVII, y se encuentra en una obra dramática, el Auto de los desposorios de la Virgen de Juan Caxés. Dice así:


Ea, niña de mis ojos,
duerma y sosiegue,
que a la fe venga el coco
si no se duerme

La versión más conocida es:


Duérmete niño,
duérmete ya,
que viene el cuco
y te comerá.


(También "te llevará")

Posibles Orígenes basados en asesinos reales

Cayetano Domingo Grossi

La casualidad quiso que los dos peores asesinos seriales de la historia del crimen de Argentina, se llamasen de igual manera, Cayetano Domingo Grossi y Cayetano Santos Godino “el Petiso Orejudo”…

El 29 de mayo de 1896, se encontró en una fábrica de grasa ubicada en la “quema” de basura, una bolsa conteniendo el brazo de una criatura recién nacida… 

El titular de la Comisaría 12, entonces ubicada en la calle Caseros 2724, informado del macabro hallazgo, ordenó una inspección ocular del lugar hallándose entre la basura un cráneo destrozado, piernas y el brazo restante… Dejando vigilancia en el sitio, ese mismo día cuando uno de los carros recolectores descargó sus residuos, apareció el tronco, completándose así, el cadáver del bebé. La autopsia llevada a cabo determinó que el niño había muerto por la fractura del cráneo. La investigación no arrojó resultados positivos, quedando el crimen sin resolución. 

Dos años después, el 5 de mayo de 1898, se encontró en el mismo lugar, un nuevo cadáver de un recién nacido con el cráneo destrozado y en avanzado estado de descomposición… En sus brazos y manos existían signos de quemaduras de primer y segundo grado. El cuerpo, según las pericias forenses efectuadas, tenía 4 días de vida y su muerte se había producido por compresión violenta de la parte anterior del cuello, el mismo día de su nacimiento. 

En la investigación, alguien notó que el cadáver había aparecido envuelto en arpillera y trozos de saco de un hombre, de casimir negro, bastante usado y en el que se podían ver muchas composturas y arreglos. Por algunas direcciones postales que, entre los desperdicios, rodeaban el cuerpo pudieron establecer que carro había recogido esa basura y los restos humanos. 

Demorado el carrero y después de ser interrogado, se pudo saber que había visto los restos, pero que por temor a verse involucrado, había decidido no decir nada a la Policía. 

Revisados exhaustivamente los elementos recogidos, los pesquisas notaron que el pedazo de saco con numerosos remiendos hechos con género de luto, tenían un notable desgaste en las espalderas, como si lo hubiera usado un vendedor ambulante portando canastas con correas y que en sus bolsillos, había restos de cigarros y granos de anís, lo que hizo considerar a las autoridades, la posibilidad de que su portador último fuese español o calabrés, ya que éstos solían tener el hábito de las semillas de anís. Las demás prendas, por su calidad y estado, sugerían la humildad de su dueño. 

Así, los policías, tomando como zona a rastrillar la misma que recorría diariamente el carro de la basura y orientando la búsqueda a gente de escasos recursos; pudo localizar y tomar conocimiento el 9 de mayo de 1898, que en una casa de la calle Artes 1438 (hoy Carlos Pellegrini) en el barrio de Retiro, vivía una familia que vestía siempre de luto. 

La citada familia estaba compuesta por una mujer de edad, llamada Rosa Ponce de Nicola, su concubino, Domingo Cayetano Grossi (carrero de profesión); dos hijas mayores de Rosa, Clara y Catalina y otras tres menores de edad.

La Policía rápidamente pudo saber por testimonios de vecinos, que Grossi mantenía relaciones íntimas con sus hijastras. Pudo establecerse, además, que Clara poco tiempo antes había estado embarazada y algunos días después, había sido vista en estado normal, desconociéndose que había ocurrido con el bebé. 

El 10 de mayo, un día después, una comisión policial con orden de revisar la habitación ocupada por la familia, encontró debajo de una de las camas, una lata conteniendo el cadáver de un bebé, envuelto en trapos. Las sospechas de los pesquisas se habían confirmado… Esa noche, Rosa y su hija Clara declararon que 

Ésta última había tenido dos hijos con Cayetano Grossi. 

Interrogado el repudiable sujeto, explicó que el saco que envolvía a una de las criaturas asesinadas, hallada en el basural… Pertenecía a su hijo CARLOS y que él había matado al bebé a pedido de Clara, su nuera… Señaló, además, que el otro bebé había nacido muerto. 

Grossi, negó inicialmente haber mantenido relaciones sexuales con las hijas de Rosa, responsabilizando de sus embarazos a los novios de las mismas. Por fin algunos días después, confesó haber matado al primer bebé hallado en 1896; a la vez que reconoció haber incinerado a varios bebés más, pero sin asumir haberlos asesinado. 

En posteriores interrogatorios, Grossi reconoció haber tenido un hijo con Catalina y cuatro con Clara, estrangulando a tres, siendo quemados los dos restantes por su concubina y sus hijas. Rosa, Clara y Catalina, aceptaron los cinco crímenes pero culparon a Grossi de las muertes de los recién nacidos… 

Entre las reflexiones realizadas por los policías, llamó la atención de los mismos, el extraño grado de sumisión de las mujeres al criminal que las había llevado a guardar silencio por tanto tiempo. Pudo saberse también, que en una ocasión, el repugnante asesino había intentado violar a una de las hijas menores de Rosa pero las hermanas lograron evitarlo. Pudo establecerse finalmente, que el propio Grossi las auxiliaba en los partos y que luego, arrojaba a los recién nacidos al fuego, siendo presenciado esto por las mujeres… 

Habiéndose establecido las responsabilidades de cada uno de los acusados, Las mujeres consideradas “encubridoras” de los Homicidios; fueron condenadas a tres años de prisión.  Grossi  a la Pena Ordinaria de Muerte, fue ejecutado en la Penitenciaría Nacional de Las Heras, el 6 de abril de 1900.



El crimen de Gador (1910)




Durante mucho tiempo se ha asustado a los niños con el horripilante hombre del saco, lo que provocaba que cuando veíamos a un hombre con saco a cuesta nuestros mayores temores nos invadieran.
Para saber el origen de este personaje que tanto miedo ha provocado tenemos que trasladarnos al pueblo de Gador en Almería y al año 1919 en donde nos encontraremos una noticia nada agradable.

El hombre del saco fueron en realidad tres hombres y una mujer. La trama empezó con una hipotética receta milagrosa para curar a un tuberculoso: Francisco Ortega. Leona, que era curandero, le prescribió “beber la sangre caliente de un niño y untarse sus mantecas sobre el pecho”.

Todo sucedió en un pueblecito llamado Gador, situado en la vega del río Andarax y a quince kilómetros de Almería. Allí fue asesinado un niño de siete años, Bernardo Gómez, a manos de un grupo de hombres y mujeres desalmado. Es una historia sobrecogedora. Sucedió el 28 de junio de 1910. Aquella tarde, los padres de Bernardo notaron su falta y comenzaron a buscarlo y ante el resultado negativo de la búsqueda, decidieron dar conocimiento del hecho a la Guardia Civil.

Tanto la Guardia Civil como muchos vecinos del pueblo comenzaron una incansable búsqueda del pequeño que resultó infructuosa hasta que finalmente, a las cuatro de la tarde se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Gádor, un vecino del mismo pueblo llamado Julio Hernandez, apodado “el tonto”, diciendo que había encontrado al niño en un barranco tapado con unas piedras. Según refirió estaba muerto y completamente destrozado.
En efecto, el cadáver de Bernardo fue hallado en un barranco a unos cinco kilómetros de Gádor, cubierto con piedras y matorrales arrancados de los alrededores. La muerte se produjo a consecuencia de los golpes, lo que se desconocía eran las circunstancias de la herida en la axila, cuyo propósito fue obtener sangre y la extracción de las grasas del vientre ¿Para qué?

Algunos señalaron sin vacilar hacia un mismo personaje: una mala persona llamada Francisco Leona, de 75 años de edad y barbero y curandero de profesión. Pariente de los caciques, pasó de niño mimado a matón cruel y despiadado. Los antecedentes acumulados a lo largo de sus setenta y cinco años, que hicieron a la Guardia Civil considerar la posibilidad de que fuera el asesino.
Leona ofreció una coartada en los primeros interrogatorios a los que fue sometido e insinuó la posibilidad de que el infanticidio lo hubiera cometido Julio “el tonto”. La Guardia Civil le detuvo. Ambos fueron conducidos a la cárcel de Almería y ya allí sometidos a interrogatorios y careos. Se acusaban mutuamente. Por fin, Julio mantuvo reiteradamente su acusación contra Leona, confesándose a la vez cómplice; y Leona terminó confesando también.

Así pudieron conocerse todos los pormenores del infanticidio, sus móviles y la totalidad de los cómplices y encubridores, que ese mismo día durmieron en la cárcel: Francisco Leona, Francisco Ortega Rodríguez “el moruno” , Julio Hernandez “el tonto” y Agustina Rodríguez la curandera. La reconstrucción del asesinato no resultó fácil, pero al final de varias sesiones se pudo saber toda la verdad.

El infanticidio estaba relacionado con absurdas prácticas del más primitivo curanderismo, aquel que propiciaba el vampirismo de la sangre joven como método seguro para recuperar la salud y el vigor perdidos por la enfermedad o la vejez. Se supo tras la reconstrucción del asesinato que al niño Bernardo le extrajeron la sangre para que la bebiera aún caliente una persona enferma, y las mantecas para que le sirvieran de emplasto con el fin de combatir su tuberculosis.

El enfermo era Francisco Ortega “el moruno”, un agricultor de 55 años afectado por la tuberculosis, inculto, de reacciones primitivas y tremendamente obsesionado con su vida y su salud. Cuando “el moruno” se sintió enfermo acudió a la curandera Agustina Rodriguez. Ante la incapacidad para mejorar su salud, le puso en contacto con Leona, y fue a este desalmado a quien se le ocurrió asesinar a un niño, porque estimó que cuanto más difícil, complejo y monstruoso fuese el remedio, más dinero estaría dispuesto a pagar “el moruno”. Unos días antes del infanticidio, se reunieron Leona, el enfermo y la curandera Agustina. Entonces, tras asegurar al “moruno” que su enfermedad era mortal de necesidad le comunicó que él tenía el remedio:

“Es necesario que te bebas la sangre de un niño robusto y sano; pero la sangre tiene que estar caliente, según vaya brotando… y luego tendrás que ponerte sus mantecas en el pecho como una cataplasma.”

Francisco Ortega, “el moruno“, dudó durante unos instantes, pero finalmente decidió que “la salud era antes que Dios”. Acordaron que los dos curanderos se encargarían de todo: raptar al niño, llevarlo a un lugar seguro y avisar al “moruno” en el momento oportuno. Julio, el hijo de Agustina, aceptó el encargo: él ayudaría a Leona a raptar a un niño y lo cargaría hasta el cortijo donde se llevaría a cabo el sacrificio a cambio de cincuenta pesetas.

En la tarde del 28 de junio, Francisco Leona y Julio Hernandez “el tonto” merodeaban al acecho de su presa cuando vieron aproximarse a tres chiquillos que jugaban. Los asesinos esperaron la oportunidad tras unos matorrales, hasta que uno de los niños, Bernardo, se alejó un poco de sus amigos. Saltó sobre él Leona, tapándole la boca y la nariz con un pañuelo impregnado en cloroformo, con lo que el niño se desvaneció. El curandero lo arrastró hasta donde estaba escondido Julio y lo introdujeron en un saco.

En una casa apartada, extrajeron al niño del interior del saco. Junto a la cabeza de Bernardo se situó el enfermo, sentado en una silla baja y a su lado, Leona empuñaba la afilada navaja. José se hallaba sentado en el poyo. Cuando la navaja atravesó con una puñalada certera la axila del niño, la sangre comenzó a brotar en un chorro continuo; caía en el interior del vaso que la curandera sostenía debajo. Luego, ésta añadió a la sangre un par de cucharadas de azúcar y se la dio a beber al enfermo.
Terminada la sangría, Leona ordenó al enfermo que regresara a su casa, donde recibiría el segundo remedio para curar sus males. Vendó el brazo del niño para detener la hemorragia, volvió a meter al niño en el saco y de nuevo Leona y “el tonto” cruzaron los campos hasta llegar al lugar que habían elegido para esconderlo; allí lo remataron y le extrajeron la grasa del vientre. Después, entre los dos introdujeron el cadáver de Bernardo en una grieta de la quebrada y lo cubrieron con algunas piedras y matas. “el tonto” dijo haber descubierto el cadáver de Bernardo por casualidad, para poner a la Justicia en la pista de su madre y Leona, en venganza porque a la mañana siguiente al asesinato no quisieron pagarle las cincuenta pesetas prometidas.
Francisco Leona murió en la cárcel sin llegar a conocer la sentencia que le hubiera correspondido: garrote vil. El Tribunal condenó a la pena de muerte en garrote a Francisco Ortega “el moruno”, a Agustina Rodriguez y a Julio Hernandez “el tonto“. Los informes psiquiátricos influyeron para que “el tonto” fuera indultado, pero las demás penas se cumplieron.

Albert Fish “El asesino de niños más famoso”

 

Albert Fish, 19 de mayo de 1870 - 16 de enero de 1936,  fue un asesino en serie y caníbal estadounidense. Es también conocido como el "Hombre gris", "El hombre lobo de Wysteria" y posiblemente como "El vampiro de Brooklyn". Él afirmaba haber abusado sexualmente de más de 100 niños, y fue sospechoso de al menos 5 asesinatos. Fish confesó 3 homicidios que la policía fue capaz de investigar para encontrar al homicida y confesó haber acuchillado al menos a 2 personas más. Fue sometido a juicio por el asesinato de Grace Budd, fue condenado y ejecutado.

Era un viejo de aspecto endeble, de cabello gris y bigote gris que engañaba a los chicos. Confesó unos 100 crímenes.
Una mañana de julio de 1924 la señora Mc Donnell estaba sentada en una silla mecedora en la puerta de su casa, en Staten Island, Nueva York. Su hijo Francis, de 8 años, jugaba cerca con una pelota mientras su hija de pocos meses gateaba a su lado. Hacía calor.
No era una zona muy poblada. La señora Mc Donnell observó por un instante la calle de tierra y le llamó la atención un hombre que caminaba por el centro. Era un anciano de cabello gris y gran bigote gris, delgado y no muy alto. Llevaba un traje viejo y holgado, un sombrero bombín polvoriento y caminaba arrastrando levemente una pierna.
Andaba con los brazos colgados a los costados, casi pegados al cuerpo. Abría y cerraba constantemente una mano; en la otra llevaba una bolsa. Al pasar frente a la casa, saludó a la señora Mc Donnell descubriéndose la cabeza. El viejo murmuraba cosas para sí. La señora creyó que el abuelo andaba perdido.
A la tarde, Francis se fue a jugar con cuatro amigos en una zona descampada. A unos metros el hombre gris observaba. En un momento, Francis quedó rezagado y vio que un abuelo simpático, de gran bigote gris, como su cabello, lo llamaba. El anciano sacó golosinas de una bolsa y se las dio.
Nadie notó que Francis había desaparecido sino hasta la hora de la cena. Lo encontraron al día siguiente en un bosque. Había sido estrangulado con sus tiradores. Su padre apenas lo reconoció. El chico tenía como dentelladas. A su madre la debieron sostener entre varios policías para que no viera el nene.
La muerte del pequeño Francis Mc Donnell quedó en el olvido.
El 23 de mayo de 1928, Edward Budd, de 18 años, puso un aviso en el diario ofreciéndose para trabajar en el campo.
Cinco días después, un domingo, un hombre tocó a la puerta de su casa. Lo atendió Delia, la mamá de Edward. Se trataba de un anciano de aspecto endeble. Se presentó como Frank Howard, granjero, y quería hablar con Edward.
Delia reparó en su cabello gris, en su bigote gris y en una bolsa que llevaba. De inmediato, Howard contrató al chico. Delia lo invitó a almorzar y su esposo, Albert Budd, estaba encantado.
Apenas se habían sentado a la mesa cuando entró una bonita nena de grandes ojos marrones y cabello castaño. Gracie Budd, una de las hijas del matrimonio, tenía 9 años. Entró feliz, cantando. Howard estaba maravillado con la pequeña. De su bolsa sacó un dulce y se lo dio.
Cuando terminaron de almorzar Howard dijo que debía ir a la casa de su hermana porque uno de sus sobrinos cumplía 9 años. Le dijo a Edward que volvería a buscarlo y, para calmar su inquietud, le dio dos dólares.
Pero antes de irse se volvió hacia Delia y le preguntó si podía llevarse a Gracie al cumpleaños. Le dio grandes seguridades de que la nena estaría bien cuidada. Delia no sabía qué decir. Le pidió la dirección de su hermana. Aun así no estaba segura y miró a su marido. "Deja ir a la pobre niña. No se divierte demasiado", dijo el papá. Delia le puso un abrigo a Gracie y le dio un beso en la cabeza.
Los Budd nunca más volvieron a ver a su hija.
A la mañana siguiente Albert fue a hacer la denuncia de la desaparición. La primera cosa que descubrió la Policía fue que la dirección de la hermana del tal Howard no existía. Tampoco existía la hermana ni la granja ni Frank Howard.
Se asignaron 20 policías al caso, entre ellos el detective William F. King. No hubo nada por entonces. Gracie y el hombre gris se habían esfumado.
Seis años después, King era el único detective que seguía con la investigación. En octubre de 1934 decidió usar un recurso final: dijo que el sumario iba a ser cerrado definitivamente. La prensa lo difundió.
Delia Budd recibió una carta el 12 de noviembre.
Estimada Señora Budd…

El domingo 3 de junio de 1928, yo le visité en el 406 W calle 15. Le llevé un pote de queso y fresas. Almorzamos, Grace se sentó en mi regazo y me besó. Decidí comerla. Con el pretexto de llevarla a una fiesta. Usted dijo que sí, que ella podría ir. La llevé a una casa vacía en Westchester que yo ya había escogido. Cuando llegamos, le dije que se quedara afuera. Ella recogió flores, subí y me quite mis ropas. Yo sabía que si no lo hacía las habría de manchar con su sangre. Cuando todo estuvo listo, me asomé a la ventana y la llamé. Entonces me oculté en un armario hasta que ella estuvo en la habitación…comenzó a llorar y a tratar de correr escaleras abajo. La atrapé y me dijo que se lo diría a su mamá... Pateó y me rasguñó… La estrangulé… Me llevó nueve días comer su cuerpo entero estaba deliciosa, carnosa y jugosa. No la violé aunque podría haberlo hecho si lo hubiera deseado. Murió
Virgen
(Fragmento de la carta se puede encontrar las cartas completas en https://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Fish en este blog la carta esta censurada como notaron en los puntos suspensivos por ser una narración explicita no la publicaré ya que este blog es apto para menores y estas cartas fueron extraídas de un hecho real)
La Señora Budd era analfabeta y no podía leer la carta por ella misma, así que se la dio a su hijo para que la leyera. Fish después confesó a su abogado que realmente había violado a Grace. Fish era un mentiroso compulsivo, sin embargo esto pudo ser falso. Él dijo a la policía, cuando se le preguntó, que "nunca pasó por su cabeza" violar a la chica. La carta no tenía remitente pero King averiguó que había sido enviada por un hombre que alquilaba un cuarto en un edificio de la calle 52. El detective habló con la portera y le dio la descripción del "señor Howard". Coincidía con la de un viejo de cabellos grises y bigotes grises que se había registrado como Albert Fish.
La perspectiva de la silla eléctrica tuvo su atractivo para Fish. "Sus ojos brillaban...", escribió un periodista del Daily News. Fish se levantó de su asiento y agradeció al juez: "Qué alegría. La de la silla eléctrica será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado". Fue ejecutado el 16 de enero de 1936.






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